EL CONTENDOR POR LA FE

Dedicatoria:



A la Revista Evangélica homónima que se publicó entre los años 1924 al1993. A sus Directores y Redactores a quienes no conocí personalmente, pero de quienes tomé las banderas, para tratar de seguir con humildad el camino de servir a Dios trazado en la revista durante casi 70 años.



viernes, 24 de octubre de 2014

NO HAY PROFETA SIN HONRA SINO EN SU PROPIA TIERRA


Por El Contendor

 

Tal vez pueda parecer reiterativo que el tema que desarrollaremos a continuación sea, de cierta manera, continuación del tema tratado en la publicación que lo precede.

Es que todo puede abarcarse en un tema bajo el encabezado:

Isaias 40:3  VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios.

Juan 1:23  Dijo: Yo soy la VOZ DE UNO QUE CLAMA EN EL DESIERTO: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.

 

Como en los tiempos de Juan el Bautista, (tiempos de la primera venida del Señor), en estos tiempos actuales, a los creyentes que esperamos la 2ª venida del Señor, nos urge ser los Heraldos de tan magnífico Rey, proclamando Su Evangelio por todo el mundo. (Romanos 1:16),……………. “porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”.

Lamentablemente el número de “todos aquéllos que creen” nunca ha sido abundante. Por tal razón, el “clamar en el desierto” en Isaías 40:3 y en Juan 1:23 implica un doble significado:

El desierto, para un creyente, en el sentido físico es el mundo;  es un lugar de soledad, de peligros, de carencias e inhóspito.

El desierto, espiritualmente hablando, es la enorme masa de “todos aquéllos que no creen”.

Hay grandes multitudes que, como en los tiempos de Jesús, se amontonan para escuchar, para ver prodigios, pero son impermeables a la Palabra. Están insensibilizados.

Hoy tenemos muchos buenos heraldos de la Palabra. En mis comienzos como creyente, solía detenerme a escuchar en las plazas a algún predicador itinerante que con un altavoz en una mano y una biblia en la otra predicaba con denuedo el Evangelio ante un pequeño número de oyentes integrantes de su propia congregación. De tanto en tanto se detenía algún transeúnte y se incorporaba al grupo.

De los cientos de personas que transitaban o deambulaban por la plaza, al parecer muy pocos  mostraban interés por escuchar al predicador. Algunos se acercaban, escuchaban unos minutos y luego se retiraban.

¡Qué tristeza! Miré al predicador, y pensé: “Esa es la voz de alguien que clama en el desierto”

Seguramente el panorama hubiera sido totalmente distinto si en esa misma plaza algún falso maestro hubiera montado un espectáculo del tipo “noches de poder y milagros”.

Si da tristeza contemplar la escasa audiencia que concurre a escuchar cuando se predica la Palabra lisa y llana, sin circo, sin milagros, sin curaciones, más tristeza da ver a alguien que se acerca, escucha y se aleja porque esa persona quizás dejó pasar su salvación, perdió su oportunidad, como el pasajero que pierde el tren por negligencia, por no estar en el andén en el horario de partida.

Conocí a una persona que predicaba el Evangelio de Jesucristo con gran fidelidad a La Palabra.

Quería conquistar almas para llevarlas a los pies de Cristo para que Él las salvara.

Pero un día se dijo: “Algo estoy haciendo mal, en mi propia casa,  mi propia familia, ¡no quiere escuchar el Evangelio!

¡Qué dolor que llega hasta las fibras más profundas del corazón, causa que esos niños que fueron criados e instruidos en la Palabra de Dios, que han visto la obediencia de sus padres cumpliendo con la ordenanza del bautismo, que han contestado ¡Amén! agradeciendo a Dios por los alimentos diarios, etc. Esos mismos niños inmersos en el mundo, ¡llegan a adultos para rechazar el Evangelio!

Juan 3:18  El que cree en El no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Entonces recordé :

Marcos 6:4  Y Jesús les dijo: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa.

Marcos 6:5  Y no pudo hacer allí ningún milagro; sólo sanó a unos pocos enfermos sobre los cuales puso sus manos.

Y esta es la explicación al hecho que narran los evangelios cuando Jesús, luego de haber hecho muchos milagros en Capernaúm, regresó a Nazaret donde estaba la casa de sus padres y el taller de carpintería donde aprendió de José su oficio de carpintero.

COMENTARIO EVANGELIOS EXPLICADOS

Este pasaje nos muestra a nuestro Señor Jesucristo en "su propio país" en Nazaret. Es una comprobación melancólica de la maldad del corazón humano, y  merece atención especial.

Vemos, en primer lugar, cuan dispuestos están los hombres a tener en poco aquello que les es familiar. Nuestro Señor "escandalizaba" a los de Nazaret. No  podían imaginarse que el que había vivido tantos años entre ellos, a y cuyos hermanos y hermanas conocían, fuese digno de ser seguido como maestro  público.

Ningún lugar en la tierra ha gozado de los privilegios de Nazaret. El Hijo de Dios residió treinta años en esa ciudad, y recorrió sus calles. Por treinta años  marchó por las sendas de Dios a vista de sus habitantes, llevando una vida intachable y perfecta. Pero esto no hizo en ellos ninguna impresión. No estaban  dispuestos a aceptar el Evangelio, cuando el Señor se presentó para enseñar en su sinagoga. No quisieron convenir en que tuviera ningún título a fijar su  atención una persona que conocían tan bien, y que por tanto tiempo estuvo entre ellos, comiendo, bebiendo, y vistiéndose como ellos. Se "escandalizaban de  Él.

No hay nada en esto que debe sorprendernos; lo mismo está aconteciendo todos los días en torno nuestro y en nuestro mismo país. Las Santas Escrituras, la  predicación del Evangelio, el culto público, los abundantes medios de gracia de que goza un país, son muy a menudo tenidos en poco  aprecio por sus habitantes. Están tan acostumbrados a ellos, que no comprenden sus privilegios. Es una triste verdad, que en religión, más que en nada, la  confianza engendra el desprecio.

Lo que experimentó el Señor en este particular es una fuente de consuelos para algunos de los que forman su pueblo. Es un consuelo para los ministros fieles  del Evangelio, que angustia la incredulidad de sus feligreses o de los oyentes que regularmente tienen. Es un consuelo para los verdaderos cristianos que se  encuentran aislados en medio de sus familias, y ven a todos los que los rodean apegados al mundo. Recuerden que están apurando el mismo cáliz que su  amado Maestro. Recuerden que Él también fue despreciado por los que mejor lo conocían. Aprendan que la conducta más arreglada y más constante no  reducirá a lo demás a adoptar sus opiniones y sus ideas, como sucedió con la gente de Nazaret. Sepan que los siervos del Señor aprenderán por propia  experiencia cuan fundadas eran sus quejas doloridas, cuando exclamaba, "un profeta no está deshonrado, sino en su propio país, y entre los de su parentela, y  en su propia casa.

Vemos, en segundo lugar, cuan humilde era el rango que en el mundo se dignó aceptar el Señor antes de empezar a ejercer su ministerio público. El pueblo de Nazaret decía de Él, con desprecio, "¿No es este el carpintero?.

Esta es una expresión muy notable y que solo se encuentra en el Evangelio de S. Marcos. Nos prueba claramente que durante los primeros treinta años de su  vida nuestro Señor no se avergonzaba de trabajar con sus manos. Hay algo de maravilloso en esto, y el pensar en ello nos sobrecoge. El que hizo el cielo, la  tierra, el mar y todo lo que hay en ellos ­Aquel sin el cual nada se hizo de lo que ha sido hecho; el Unigénito de Dios tomó la forma de siervo, y "comió el pan  con el sudor de su frente" como un obrero. Este es, en verdad, "ese amor de Cristo que sobrepuja toda inteligencia". Aunque era rico, por causa nuestra se hizo  pobre; y se humilló en su vida y en su muerte, para que por su medio los pecadores pudieran vivir y reinar eternamente.

Recordemos, al leer este pasaje, que la pobreza no es pecado. No debemos avergonzarnos de nuestra pobreza, a menos que nuestros pecados no la hayan  causado; ni debemos despreciar a nadie porque sea pobre. Vergonzoso es ser jugador, borracho, avariento o mentiroso, pero no es una afrenta trabajar con  nuestras manos y ganar el pan con nuestro trabajo. El espectáculo del taller del carpintero en Nazaret, debería humillar los altivos pensamientos de todos los  que adoran el ídolo de las riquezas. No es una deshonra ocupar la misma posición que el Hijo de Dios y el Salvador del mundo.

Vemos, en último lugar, qué pecado tan terrible es la incredulidad. En dos expresiones muy notables se encierra esta lección. Una de ellas es, que nuestro  Señor "no pudo hacer milagros en Nazaret" por la dureza del corazón del pueblo; la otra, que "Él se maravillaba de su incredulidad" La una prueba que la  incredulidad puede privar a los hombres de las más ricas bendiciones; la otra que un pecado tan irracional y tan suicida, que aún el Hijo de Dios lo contempla  con sorpresa.

Nunca nos deberemos creer bastante en guardia contra la incredulidad. Es el pecado más antiguo en el mundo, pues principió en el Edén, cuando Eva prestó  oídos a las promesas del diablo, en vez de creer la palabra de Dios, "moriréis". Es el pecado que produce las consecuencias más desastrosas. Introdujo la  muerte en el mundo; mantuvo a Israel cuarenta años fuera de Canaán; es el pecado que llena especialmente el infierno. "El que no cree será condenado". Es el  más necio y el más inconsecuente de todos los pecados. Arrastra al hombre anegarse a la evidencia, a cerrar sus ojos al testimonio más claro y a creer, sin  embargo, falsedades. Pero lo peor de todo es que ese pecado abunda mucho en el mundo; millares de millares incurren en él, que profesan ser cristianos, que  nada han oído de Paine ni Voltaire, pero que en la práctica son incrédulos reales y efectivos; no creen de una manera implícita en la Biblia, ni aceptan a Cristo  como su Salvador.

Vigilemos cuidadosamente nuestros corazones en ese particular de la incredulidad. El corazón, no la cabeza, es el trono de su misterioso poder. Los hombres  son incrédulos no por falta de pruebas, ni por las dificultades de la doctrina cristiana; es porque no tienen voluntad de creer, y aman el pecado, y están  adheridos al mundo. A los que se encuentran en esa condición espiritual nunca les faltan razones aparentes que sostengan su voluntad. El corazón humilde y  sencillo como el del niño es el corazón que cree.

SIGAMOS VIGILANDO NUESTRO CORAZÓN AÚN DESPUÉS DE HABER CREÍDO, QUE NUNCA QUEDA BIEN EXTIRPADA LA RAÍZ DE LA INCREDULIDAD.
SI NOS DESCUIDAMOS EN VIGILAR Y ORAR, PRONTO BROTARÁN LAS MALAS YERBAS DE LA INCREDULIDAD. NINGUNA PLEGARIA ES TAN  IMPORTANTE COMO LA DE LOS DISCÍPULOS, "SEÑOR AUMENTA NUESTRA FE" .

martes, 14 de octubre de 2014

SI OYEREIS HOY SU VOZ, NO ENDUREZCÁIS VUESTRO CORAZÓN.


Por El Contendor
 
En el Antiguo Testamento encontramos, muchas veces, ciertas actitudes del pueblo Judío que han provocado la ira de Dios. 

No es novedad que el pueblo elegido por Dios para que de él viniese la salvación para todos  los hombres mediante Jesucristo, haya sido un pueblo rebelde y desobediente a la voluntad de Dios.

Abraham salió de la ciudad caldea de Ur en cumplimiento del mandato de Dios para fundar una gran nación  (Gé­nesis 12:1-2), él escuchó la voz de Dios y no dudó en cumplir lo que Dios le había ordenado.

Abraham tomó a su esposa, su sobrino Lot y un grupo de siervos y emprendió la marcha por fe

Abraham en todo momento demostró su Fe en Dios obedeciendo en todo, sin dudar, lo que Él le ordenara hacer. El capítulo 22 de Génesis se inicia con una dura prueba para Abraham Dios le volvió a hablar:

(Gén 22:2)  Y dijo: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.”

 

Cumplió Abraham paso a paso lo que Dios le había indicado pero cuando se disponía a llevar a cabo el sacrificio:

Gén 22:10  Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo.

Gén 22:11  Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí.

Gén 22:12  Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único.

Esta actitud de Abraham redundó en bendiciones de Dios para él y el pueblo.

 

En cambio, vemos más adelante, que a Moisés no le fue del todo bien. Leemos en el libro de Éxodo que Dios le habló desde la zarza que ardía sin consumirse, al acercarse para inspeccionar aquel extraño fenómeno, el ángel de Jehová le habló desde las llamas y le reveló que había llegado el momento para que Dios liberara a Israel de la esclavitud, por lo que le comisionó para que fuera en su nombre. (Éxodo 3:1-15.). Recordemos el diálogo entre Jehová y Moisés:

Éxodo 3:11  Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?

Éxodo 3:12  Y Él respondió: Vé, porque yo estaré contigo;…….

En el capítulo 4 de Éxodo, Moisés persiste en su resistencia en aceptar sin reparos la voluntad de Dios:

Moisés titubeó poniendo excusas: “ Éxodo 4:10  Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.”

Pero siguió Moisés porfiando con Jehová y esta actitud desagradó a Dios: “Éxodo 4:13  Y él [Moisés] dijo: ¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar.

Éxodo 4:14  Entonces Jehová se enojó contra Moisés,………..”

Ciertamente, la actitud de Moisés es la de alguien que desconfía, que duda, que no cree con certeza en la palabra que se le ha dado: “Vé, porque yo estaré contigo”. La palabra de Dios ha sido categórica, no dio lugar a dudas.

Muchos fueron los milagros y portentos que Dios realizó en favor del pueblo de Israel pero, a pesar de esto, la incredulidad, la disconformidad y hasta la rebelión, se habían instalado en los corazones de aquella gente.

Esta raíz de incredulidad se vuelve a manifestar en Horeb (Tema tratado en El Contendor el 13-01-14):

Números 20:2  Y porque no había agua para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón.

Núm 20:3  Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová!

………………………………………………………………………………………………………………………..

Núm 20:7  Y habló Jehová a Moisés, diciendo:

Núm 20:8  Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y HABLAD A LA PEÑA A VISTA DE ELLOS; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias.

………………………………………………………………………………………………………………………………………………

Núm 20:11  Entonces alzó Moisés su mano y GOLPEÓ LA PEÑA con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias.

Núm 20:12  Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.

 

En Éxodo 17:6  Dios manda a Moisés que golpee la peña, y no se menciona nada de ningún pecado de parte de Moisés. En contraste, en Numeros_20:8, Dios instruye a Moisés y Aarón que hablen a la roca.

 

Al golpear Moisés la roca, Dios provee el agua, pero Moisés y Aarón son culpables de un pecado tan grave que quedan descalificados de entrar en la tierra prometida.

 
Sal 95:7  Porque él es nuestro Dios;

 Nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano.

 Si oyereis hoy su voz,

Sal 95:8  No endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba,

 Como en el día de Masah en el desierto,

 

Meriba significa "disputas" y Masah significa "prueba". Esto se refiere al incidente de Refidim (Exo_17:1-7) cuando los israelitas se quejaron a Moisés porque no tenían agua (véase también Num_20:1-13)

 

Sal 95:9  Donde me tentaron vuestros padres,

 Me probaron y vieron mis obras.

Sal 95:10  Cuarenta años estuve disgustado con la nación,

Y dije: Pueblo es que divaga de corazón,

 Y no han conocido mis caminos.

Sal 95:11  Por tanto, juré en mi furor

 Que no entrarían en mi reposo

 

Comentario Biblia del Diario Vivir:

Un corazón endurecido es tan inútil como un terrón de lodo endurecido o una rebanada de pan duro. Nada puede restaurarlo ni hacerlo útil. El salmista nos advierte que no endurezcamos nuestro corazón como lo hizo Israel en el desierto al continuar resistiéndose a la voluntad de Dios (Exo_17:7). Estaban tan convencidos de que Dios no podría liberarlos, que simplemente perdieron su fe en El. Cuando el corazón de alguien se endurece, esa persona está tan aferrada en sus caminos que no puede volver a Dios. Esto no sucede todo de una vez. Es el resultado de decidir pasar por alto la voluntad de Dios una y otra vez. Si usted resiste a Dios el tiempo suficiente, quizás Él lo deseche como si fuera pan duro, inútil y sin valor.

¿Qué nos impide obtener la bendición principal de Dios (entrar en su "reposo")?

1) Corazones mal agradecidos,  2) no adorar ni someterse a Él,  3) endurecer los corazones, 4) probar a Dios debido a dudas obstinadas.

En Heb_4:5-11, se nos alienta a que no endurezcamos nuestro corazón, sino que rechacemos el hechizo del pecado y de cualquier cosa que nos aparte de Dios.

En Hebreos 3:12-13 se reitera el consejo:

 

Heb 3:12  Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo;

Heb 3:13  antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.

 

El autor quiere que sus hermanos creyentes tengan cuidado unos de otros como para que ninguno se pierda. La dedicación a entender y ayudar a otros en la iglesia local es algo necesario. El mayor peligro es que alguno de la congregación pueda tener un corazón malo de incredulidad que os aparte del Dios vivo.

Como los israelitas mencionados en el Sal. 95:7-11, a veces cristianos practicantes se alejan de Dios en apostasía (gr. apostenai) o sea en una deliberada y abierta rebelión. Esto puede ser provocado por el sufrimiento o la persecución o por la presión de la tentación, pero la causa raíz siempre es la incredulidad. Dicho de otra manera, puede ser que alguno de nosotros se endurezca por el engaño del pecado. El pecado es un poder activo y agresivo que debe ser resistido. Si endurecemos nuestros corazones contra la palabra de Dios (v. 8), el pecado tendrá riendas sueltas y puede ser que alguno de vosotros se endurezca

 

Heb 3:14  Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio,

Heb 3:15  entre tanto que se dice:

 Si oyereis hoy su voz,

 No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación

 

Cuando abrimos las Escrituras y leemos las palabras que Dios nos dejó allí escritas, estamos oyendo Su voz. No necesitamos escuchar a ningún predicador mentiroso que nos diga que Dios le confió tal o cual secreto o le reveló, le anunció,  o le ordenó que dijera estas u otras palabras.

No está de más que reiteremos lo que ya hemos dicho en este blog, decenas de veces: luego que se cerró, con el libro de Apocalipsis, el canon de las Sagradas Escrituras, cualquier “portavoz” que pretenda declararnos  nuevos mensajes de parte de Dios, no debe ser escuchado.

Si queremos escuchar la voz de Dios, guiados por Su Espíritu, abramos la Biblia y leámosla en voz alta; allí encontraremos “anunciado todo el consejo de Dios” del que nos habla el Apóstol Pablo en Hechos 20:27

Ya sea a solas, en nuestro aposento o reunidos en el nombre del Señor con otros hermanos, leer la Palabra de Dios en voz alta acrecentará nuestra fe: Romanos 10:17  Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.

En los tiempos del A.T era habitual leer en voz alta la Palabra de Dios (leyes y mandamientos). Por ejemplo, leemos sobre el Rey Josías:

2Reyes 23:2  "Entonces el rey fue al templo* del Señor con toda la gente de Judá, los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, desde el más pequeño hasta el más importante. Allí el rey les leyó en voz alta el libro del pacto que había sido encontrado en el templo del Señor."

También en el N.T. Jesús leyó en voz alta (Lucas 4:16-20)   "Entonces Jesús regresó a Nazaret, el pueblo donde había crecido. Como de costumbre, fue a la sinagoga en el día de descanso y se puso de pie para leer las Escrituras.”

Aunque no está dicho expresamente, está implícito que para leer en la sinagoga delante de la gente reunida, se requiere hablar en voz alta para que todos escuchen.

Volviendo al tema central, Dios nos hace escuchar su voz cuando leemos o se nos leen las Escrituras. Esta es la voz que debemos escuchar, atrapar y retener en nuestro corazón.

Pero si la escuchamos una y otra vez y transgredimos las leyes que debemos cumplir estamos en la misma rebelión en que incurrió el pueblo judío en la época de Moisés o la rebelión de Faraón castigado con las 10 plagas de Egipto.

Tanto el pueblo judío, como Faraón, hicieron que sus corazones fueran endurecidos por negarse obstinadamente a someterse a la voluntad de Dios.

Notemos la premura que expresa el salmo:….”si oyeres HOY su voz”….

Es Dios quien elige cuando hablarnos, y no es el hombre quien elige cuando escucharlo, por tal motivo la palabra HOY  implica que debemos estar preparados y receptivos para escuchar Su voz y dejar que La Palabra deje su impronta en nuestro corazón.

 Dejar pasar la oportunidad de escuchar es endurecer el corazón, y puede llegar a ocurrirnos lo que se relata en esta anécdota por el gran evangelista Dwight Lyman Moody:

 

<”Yo estaba terminando una reunión en nuestra iglesia de Chicago, cuando un joven soldado se puso de pie y rogó a los presentes que aceptaran a Cristo.  Nos contó que acababa de llegar de una escena muy triste.   Un compañero de regimiento, hijo de cristianos, frente a los ruegos de su buen padre, siempre decía que aceptaría a Cristo cuando terminara la guerra.  Por fin fue herido y llevado al hospital, en donde se vio que no había esperanzas de mejoría. Unas cuantas horas antes de su muerte, le llegó una carta de su hermanita, pero ya no tenía fuerzas para leerla. ¡Era una carta tan solemne! Un compañero se la leyó, pero no parecía entender, hasta que llegó a las últimas palabras que decían: "Oh mi querido hermano, te ruego que cuando recibas la presente, aceptes al Salvador de tu hermanita. "El moribundo se sentó en la cama, y gritó "¿QUÉ DICE?"  Luego, cayendo pesadamente sobre la almohada exclamó: "Es demasiado tarde.  Es demasiado tarde. "Mis queridos amigos:  Gracias a Dios que no es demasiado tarde para ustedes hoy.  El Maestro todavía les está llamando.   Que todos nosotros, jóvenes y viejos, ricos y pobres, vengamos a Cristo ahora mismo, y quitará todos nuestros pecados.”> 

 
 D. L. Moody