Por El Contendor
Han pasado aproximadamente 1980 años desde que
nuestro Señor Jesucristo clamó a gan voz desde la cruz aquella estremecedora
frase.
Mat 27:45 Y desde la hora sexta hubo
tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
Mat 27:46 Cerca de la hora
novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: ELÍ, ELÍ, ¿LAMA
SABACTANI? ESTO ES: DIOS MÍO, DIOS
MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS DESAMPARADO?
Desde
entonces, millones de sinceros cristianos nos hemos preguntado: ¿qué tremendo
dolor, qué tremenda angustia, llevó a nuestro Salvador a clamar a Dios con
estas palabras?
Sólo
quedaban cerca de la cruz unas pocas mujeres y su discípulo Juan:
Jua 19:25 Estaban junto a la
cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y
María Magdalena.
Salvo
estos pocos, todos los demás lo habían abandonado. Pero esto no fue lo más
doloroso y tremendo de su agonía. Desde la eternidad, jamás se había
interrumpido la comunión entre el Padre y el Hijo:
Juan 14:11 Creedme
que yo soy en el Padre, y el Padre en mí;
de otra manera, creedme por las mismas obras.
Pero en el momento en que Jesús en la cruz carga
con los pecados de toda la humanidad Él, que vivió una vida perfecta sin pecado
alguno, apareció a los ojos de Dios como un pecador, a pesar que Él era
inocente de cualquier pecado:
2Co 5:21
Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Tengamos
bien presente que Dios es tres veces Santo.
La santidad de Dios es lo que lo separa
a Él de todos los demás seres, lo que hace que Él esté separado y sea distinto
de todo lo demás.
Dios permanece siempre separado del
pecado y de todo aquello que se identifica con el pecado.
Por este motivo, cuando Cristo “se hizo
pecado”, Dios tuvo que apartar su mirada de Él, darle la espalda.
El Padre nunca dejó de amar a su Hijo.
Su amor se extiende hasta la eternidad pasada:
Juan 17:24 Padre, aquellos que
me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que
vean mi gloria que me has dado; porque
me has amado desde antes de la fundación del mundo.
Aún
en la cruz, cargado con los pecados del mundo, Dios siguió amando a su Hijo
como lo amará por toda la eternidad pero, en ese momento, cuando nuestro
Redentor estaba pagando el precio de nuestros pecados con su sacrificio
vicario, estaba puesto en el lugar del pecador y debía cumplir la sentencia de
muerte, tal como los ladrones ajusticiados a ambos lados de su cruz. No podía
haber misericordia para Él, no podía recibir la asistencia ni el confortamiento
de los ángeles como ocurrió en Getsemaní (Lucas 22:43). La Ira de Dios debía
descargarse sobre su bendito Hijo ¡para que nosotros pudiésemos ser salvos de ese tremendo castigo!.
¿Qué
padre puede presenciar el cruel padecimiento y la agonía de un hijo? Así Dios
apartó la vista de la cruz para que pudiera cumplirse lo que de Él profetizó
Isaías.

Isa 53:1 ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?
Isa 53:2 Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.
Isa 53:3 Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.
Isa 53:4 Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.
Isa 53:5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Isa 53:6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
Isa 53:8 Por cárcel y por juicio fue quitado; y su
generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los
vivientes, y por la rebelión de mi
pueblo fue herido.
Isa 53:9 Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas
con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su
boca.
Isa 53:10 Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo,
sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el
pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su
mano prosperada.
Isa 53:11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y
quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y
llevará las iniquidades de ellos.
Isa
53:12 Por tanto, yo le daré parte con los grandes,
y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la
muerte, y fue contado con los pecadores,
habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.
Era
costumbre en los judíos que el recitar las primeras estrofas de un salmo
equivalía a expresar todo el salmo entero.
Ese
grito de agonía, lanzado con las últimas fuerzas de su aliento era a la vez,
(como lo titula la traducción R.V de 1960) “un
grito de angustia y un canto de alabanza”.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi
salvación, y de las palabras de mi clamor?
Sal 22:2 Dios mío, clamo de día, y no
respondes;
Y de noche, y no hay para mí
reposo.
El Salmista nos dice que la
víctima que gime a Dios cree todavía en Dios. Hay también un conocimiento de la
fidelidad de Dios:
Sal 22:3 Pero tú eres santo,
Tú que habitas entre las
alabanzas de Israel.
Sal 22:4 En ti esperaron nuestros
padres;
Esperaron, y tú los libraste.
Sal 22:5 Clamaron a ti, y fueron
librados;
Confiaron en ti, y no fueron
avergonzados.
Su dolor es sufrimiento
sobrehumano. El experimenta la impotencia y la fragilidad total.
Sal 22:6 Mas yo soy gusano, y no
hombre;
Oprobio de los hombres, y
despreciado del pueblo.
Sal 22:7 Todos los que me ven me
escarnecen;
Estiran la boca, menean la
cabeza, diciendo:
Sal 22:8 Se encomendó a Jehová; líbrele
él;
Sálvele, puesto que en él se
complacía.
Sal 22:9 Pero tú eres el que me sacó
del vientre;
El que me hizo estar confiado
desde que estaba a los pechos de mi madre.
Sal 22:10 Sobre ti fui echado desde
antes de nacer;
Desde el vientre de mi madre,
tú eres mi Dios.
Sal 22:11 No te alejes de mí, porque la
angustia está cerca;
Porque no hay quien ayude.
La metáfora de los
toros, los perros y la cuadrilla de malignos es una clara alusión a los
soldados que le crucificaron mientras se burlaban de Él y repartían Sus
vestiduras, y también alude a una buena parte del pueblo que unos días antes lo había recibido como
Rey al entrar a Jerusalén.
Sal 22:12 Me han rodeado muchos toros;
Fuertes toros de Basán me han
cercado.
Sal 22:13 Abrieron sobre mí su boca
Como león rapaz y rugiente.
Sal 22:14 He sido derramado como aguas,
Y todos mis huesos se
descoyuntaron;
Mi corazón fue como cera,
Derritiéndose en medio de mis
entrañas.
Sal 22:15 Como un tiesto se secó mi
vigor,
Y mi lengua se pegó a mi
paladar,
Y me has puesto en el polvo de
la muerte.
Sal 22:16 Porque perros me han rodeado;
Me ha cercado cuadrilla de
malignos;
Horadaron mis manos y mis pies.
Sal 22:17 Contar puedo todos mis huesos;
Entre tanto, ellos me miran y
me observan.
Sal 22:18 Repartieron entre sí mis vestidos,
Y sobre mi ropa echaron
suertes.
La hora de la
muerte está próxima. A pesar del
tremendo sufrimiento de su alma y de su cuerpo, vuelve a reclamar el socorro de
Dios y a poner en Él toda su confianza. Presiente que el dolor está llegando a
su fin y que la victoria sobre el pecado y sobre Satanás será concretada al
exclamar “CONSUMADO ES”
Sal 22:19 Mas tú, Jehová, no te alejes;
Fortaleza mía, apresúrate a
socorrerme.
Sal 22:20 Libra de la espada mi alma,
Del poder del perro mi vida.
Sal 22:21 Sálvame de la boca del león,
Y líbrame de los cuernos de los
búfalos.
Pero, se hace la pregunta: En
el caso de Cristo, ¿recibió la respuesta? La respuesta se encuentra en la
resurrección de Cristo, y lo demás de este Salmo habla de la victoria que
incluye la victoria del Mesías.
Sal 22:22 Anunciaré tu nombre a mis
hermanos;
En medio de la congregación te
alabaré.
Sal 22:23 Los que teméis a Jehová,
alabadle;
Glorificadle, descendencia toda
de Jacob,
Y temedle vosotros,
descendencia toda de Israel.
Sal 22:24 Porque no menospreció ni
abominó la aflicción del afligido,
Ni de él escondió su rostro;
Sino que cuando clamó a él, le
oyó.
Sal 22:25 De ti será mi alabanza en la
gran congregación;
Mis votos pagaré delante de los
que le temen.
Sal 22:26 Comerán los humildes, y serán
saciados;
Alabarán a Jehová los que le
buscan;
Vivirá vuestro corazón para
siempre.
Sal 22:27 Se acordarán, y se volverán a
Jehová todos los confines de la tierra,
Y todas las familias de las
naciones adorarán delante de ti.
Sal 22:28 Porque de Jehová es el reino,
Y él regirá las naciones.
Sal 22:29 Comerán y adorarán todos los
poderosos de la tierra;
Se postrarán delante de él
todos los que descienden al polvo,
Aun el que no puede conservar
la vida a su propia alma.
Sal 22:30 La posteridad le servirá;
Esto será contado de Jehová
hasta la postrera generación.
Sal 22:31 Vendrán, y anunciarán su
justicia;
A pueblo no nacido aún,
anunciarán que él hizo esto.
Nuestro Señor se encontraba en ese momento en la parte más oscura de Su camino. Él había pisado ya el lagar durante horas, y la obra estaba casi consumada. Había alcanzado el punto culminante de Su angustia. Este es Su doloroso lamento procedente de lo más profundo del abismo de la miseria: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Yo no creo que los registros del tiempo, y ni siquiera los de la eternidad, contengan una frase más llena de angustia. Aquí fueron eclipsados el ajenjo y la hiel, y cualquier otro tipo de componentes amargos. Aquí pueden mirar ustedes como si contemplaran un profundo abismo; y aunque fuercen sus ojos y miren hasta que la vista se canse, no pueden percibir el fondo; es inmedible, insondable, inconcebible. Esta angustia del Salvador por ustedes y por mí, no se puede medir ni pesar, como tampoco el pecado que la motivó, o el amor que la soportó. Estemos listos a adorar eso que no podemos comprender.
He elegido este tema para que ayude a los hijos de Dios a entender un poco lo relativo a sus obligaciones infinitas hacia su Dios Redentor. Medirán la altura de Su amor, si es que puede medirse jamás, mediante la profundidad de Su dolor, si es que puede conocerse jamás. ¡Vean con qué precio nos ha redimido de la maldición de la ley! Y al ver todo esto, díganse a ustedes mismos: ¡qué clase de personas debemos ser! ¡Qué clase de amor debemos entregar a Quien soportó el máximo castigo para que nosotros pudiéramos ser liberados de la ira venidera! No pretendo que puedo sumergirme en estas profundidades: sólo voy a aventurarme hasta la orilla del precipicio, y voy a pedirles que miren hacia abajo, y que oren al Espíritu de Dios para que puedan concentrar su mente en esta lamentación de nuestro Señor agonizante, conforme se eleva en medio de las densas tinieblas: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
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...................... ustedes y yo, que somos creyentes en el
Señor Jesucristo, y descansamos únicamente en Él para salvación, apoyémonos
con fuerza, pongamos todo nuestro peso en nuestro Señor. Él soportará el peso
completo de todo nuestro pecado y cuidado. En cuanto a mi pecado, ya no oigo
más sus duras acusaciones cuando oigo clamar a Jesús: "¿Por qué me has
desamparado?" Yo sé que merezco el infierno más profundo a manos de la
venganza de Dios; pero no tengo ningún temor. Él no me va desamparar nunca,
pues Él desamparó a Su Hijo por mi causa. No sufriré por mi pecado, pues Jesús
ha sufrido plenamente en mi lugar; sí, sufrió hasta clamar: "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
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¡Oh, que hubiera un
abismo tan profundo como la miseria de Cristo, para que yo pudiera arrojar de
inmediato el puñal del pecado a sus profundidades, de donde no pudiera salir
nunca otra vez a la luz! ¡Fuera, pecado! ¡Tú has sido expulsado del corazón en
el que reina Jesús! Fuera, pues tú has crucificado a mi Señor, y lo hiciste
clamar: "¿por qué me has desamparado?"
Oh, lectores de este mensaje, si ustedes se conocieran en verdad, y conocieran el amor de Cristo, cada uno de ustedes haría votos de no albergar al pecado nunca más. Estarían indignados por el pecado, y clamarían:
Oh, lectores de este mensaje, si ustedes se conocieran en verdad, y conocieran el amor de Cristo, cada uno de ustedes haría votos de no albergar al pecado nunca más. Estarían indignados por el pecado, y clamarían:
"El ídolo más
preciado que he conocido,
Cualquier cosa que ese ídolo pueda ser,
Señor, yo lo voy a derribar del trono,
Y voy a adorarte únicamente a Ti."
Cualquier cosa que ese ídolo pueda ser,
Señor, yo lo voy a derribar del trono,
Y voy a adorarte únicamente a Ti."
Que ese sea el resultado de mi sermón de hoy, y entonces estaré muy contento. ¡Que el Señor los bendiga! ¡Que el Cristo que sufrió por ustedes, los bendiga y que de Sus tinieblas pueda surgir la luz para ustedes! Amén.
Charles H. Spurgeon