LA GRACIA DE DIOS (Parte I)
“Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios
es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23)
“Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la
gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra
ya no es obra." (Romanos 11:6)
Imagine el lector por un
instante que asiste al cumpleaños de un amigo y le lleva un regalo. Este le
recibe con gratitud y efusivamente. Acto seguido saca dinero de su bolsillo y
le pregunta: “¿Cuánto te ha costado?” intentando pagar por el regalo que le
acaba de entregar. ¿Qué pensaría, y que sentiría usted estando en tal situación?
El diccionario de lengua
española define el término “regalo” de la siguiente manera:
“m. Lo que se da a alguien sin esperar nada a
cambio, como muestra de afecto o agradecimiento.”
Para esta 5 parte del
estudio de La condena por la ley, y la salvación por la gracia, he decidido
encabezar con dos versículos que explican con una didáctica muy clara el
significado y el alcance de la palabra “GRACIA”
Romanos 6:23 es sin dudas
uno de los mejores resúmenes sobre los estragos del pecado en la humanidad y la
forma en que estos han sido solucionados por Dios, así como también la manera
en que Dios pone al alcance del hombre semejante bendición. Nótese que cuando
habla de la consecuencia del pecado lo hace en términos judiciales: “la paga
del pecado”. Es la sentencia de Dios, el juez justo para todo pecador. Sin
embargo cuando hace referencia a la salvación lo establece en términos diferentes:
“la dadiva”
¿Deja Dios de lado su
justicia para entregarle al hombre una dadiva que no se merece? Si este fuera
el caso la última parte del versículo no tendría razón de ser, y si está allí es
por el simple hecho de que el hombre NO MERECE la salvación que se le otorga.
La razón por la cual la
vida eterna es otorgada a modo de DADIVA, y EN CRISTO JESUS a todos los hombres
es por el simple hecho de que el hombre nada puede hacer para alcanzar esta salvación
por sus propios medios.
En los capítulos pasados
hemos estado aprendiendo acerca de la naturaleza del pecado, las consecuencias
del mismo, la culpabilidad del hombre, su imposibilidad absoluta por cumplir la
ley a la perfección, el contraste entre el finito y burdo esfuerzo humano por
tratar de cumplir la perfecta ley de Dios, y el carácter inmaculado y santo de
un Dios que es luz y en el cual no hay tinieblas; y a esta altura de las cosas
es notorio que la única forma en que el hombre pudiera salvarse de la muerte y
del infierno por sus medios es si éste pudiera cumplir de manera perfecta toda
la ley de Dios, y sin embargo se hace obvio que el hombre no ha podido, no
puede y no podrá jamás ser perfecto. Un pasaje que termina de dejar claro este
hecho es el que encontramos en Isaías 64:6 “Si bien todos nosotros somos
como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos
todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento.”
Todo intento por parte del
hombre por tratar de ser justo, queda reducido a la figura alegórica de un
trapo de inmundicia (la túnica con la cual se cubría a los muertos en la antigüedad)
al lado de la perfección demandada por Dios.
Entonces pues, ¿por qué
demanda Dios “sed santos, porque yo soy santo”? (1Pedro 1:16; Levitico 20:7)
La demanda de Dios y la
eterna imposibilidad que se planta ante el hombre por alcanzarla no ha sido ni más
ni menos que la manera en la que Dios ha querido reducir a trizas el ego
humano. Es aquella espada encendida que se revolvía para guardar el camino al árbol
de la vida en Génesis 3:24, para dejarle en claro al hombre aquella primera lección
que desaprobó cuando tentado por Satanás se creyó en condiciones de desafiar a
Dios y pretender hacer las cosas según sus propios medios luego de haber creído
la mentira de la serpiente antigua “seréis como Dios”
Desde génesis hasta hoy el
hombre no ha cambiado su carácter orgulloso creyendo que si se porta lo
suficientemente bien podrá merecer la entrada al cielo; confiando en su
esfuerzo, en sus méritos, en sus buenas acciones, como si algo pudiera haber a
su alcance. La ley es el recordatorio de aquella espada encendida, que pone de
rodillas el ego humano porque la gracia (el regalo inmerecido) se otorga bajo
esa condición de humildad en la cual el hombre debe llegar a reconocer que está
completamente perdido, y que necesita de un salvador porque no existe nada que él
pueda hacer por sus medios para salvarse. La ley de Dios es la bofetada al
orgullo de creer que la salvación puede hacerse a la manera humana por medio de
una religión y de buenas acciones, en vez de a la manera de Dios de rodillas y
con el corazón desnudo.
El modo en que Dios
planifico la salvación de los hombres de su propia desgracia, ha sido con la
humildad de por medio, pero el corazón del hombre es orgulloso, y para eso Dios
estableció la exigencia inalcanzable de la ley, para llegar a demostrarle a ese
corazón orgulloso que si pretendiera alcanzar la vida eterna por ser bueno estaría
completamente perdido. Por ese motivo la gracia se da a los humildes, y por eso
la biblia dice: “…Dios resiste a los soberbios,
Y da gracia a los humildes.”
Por ese motivo el apóstol Pablo
explica divinamente inspirado con mucha simplicidad en Romanos 11:6 que si la bendición
de la salvación fuese por obras, no podría ser por gracia, y si es por gracia,
no puede ser por obras, pues un regalo por el cual se paga deja de ser un
regalo, y pasa a ser una mera adquisición comercial, un trueque de una cosa a
cambio de otra.
Con esta reflexión concluimos
pues esta primera sección en la que abordamos el tópico de La Gracia de Dios.
En los próximos post estaremos aprendiendo la naturaleza de la gracia y la contraposición
que hay entre esta y la religión.