Galatas 2:16
“Sabiendo que el hombre no es justificado
por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos
creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las
obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.”
¿Se ha preguntado el lector, cuan
perfecto y santo debería ser si quisiera ser digno de entrar al cielo en
presencia de Dios por toda la eternidad una vez que deje este mundo?
Desde chicos, se nos ha enseñado que “uno
debe portarse bien si desea ir al cielo cuando muera” y que “el infierno es
para los malvados”
Esta natural y casi automática reducción
suele ser la idea, dogma, y doctrina central de casi todas (por no decir todas)
las religiones del mundo. Todas establecen la idea de que una persona recibe en
retribución a sus buenos y malos actos según haya vivido; y hay algo de cierto
en esto, y es que Dios es justo para dar a cada uno conforme a sus obras
(Romanos 2:6).
Pero, ¿Qué tan perfecto, que tan bueno,
que tan santo, cuantas buenas obras debería hacer una persona si quisiera merecer
la salvación de su alma del castigo del infierno?
Desde luego casi todos responderían sin
certeza alguna a esta pregunta diciendo que o bien no lo saben, o bien están “tratando
de hacer las cosas lo mejor posible”.
Imagine el lector el siguiente caso: Un
homicida es juzgado. Todas las evidencias son presentadas delante de él e inequívocamente
demuestran que es totalmente culpable de su crimen. Entonces, este hombre
interpela al juez diciendo: “señor juez, yo mate a este hombre, pero le aseguro
que ya no mato a mas nadie, y estoy haciendo todo lo que pueda para llevar una
vida ejemplar para compensar el mal que hice para ser perdonado” Imagine luego
el lector que el juez acepta lo que el homicida declara, y decide perdonarlo
porque éste ahora “está tratando de ser un hombre de bien” ¿Sería justo? ¿Se haría
justicia para con la victima? ¿Sería sabio por parte del juez dejar pasar por
alto el castigo con tal de que el culpable del crimen ahora haya rectificado su
vida?
La propia justicia humana suele no
contemplar este tipo de atenuante ya que, el buen accionar de un culpable no
revierte el daño que causo, no revive a su víctima, ni retira la ofensa y también
por el simple hecho de que la única forma de anular una deuda con la justicia
es saldándola.
Los mismos hombres suelen decir de sus
propios jueces que si un juez X falla a favor de un culpable dejando impune el
crimen el juez X es un “juez corrupto”
Pero ¿q pasa cuando el juez es Dios, y
los culpables somos todos los seres humanos? ¿Sería acaso aceptable decir que
si un juez absuelve a un asesino y deja impune su crimen, es un corrupto, pero
si Dios castiga con justicia al hombre y le condena por sus crímenes, es un
juez despiadado y tirano?
¿Por qué la lógica moralista de las
personas se enfoca en el castigo justo e imparcial cuando se trata de hablar de
los crímenes de unos hacia otros, pero no aplica la misma imparcialidad y ansias
de justicia cuando se trata de mirarse a sí mismos, sus delitos y pecados, en relación
a Dios? ¿Por qué nos airamos y enfurecemos cuando un juez comete un acto de
impunidad en su sentencia, pero cuando atañe a nuestras ofensas en relación a
la justicia divina somos detractores de esa misma sed de justicia?
También hemos sido criados (al menos en
occidente) con la clásica frase “Jesucristo murió en la cruz para salvarnos de
nuestros pecados” Sin embargo, cuando el lector pueda desentrañar la realidad detrás
del objetivo con el que fue establecido la ley, probablemente llegue a
comprender que en la mayoría de los casos esa afirmación suele caer en saco
roto, y nunca es entendida realmente.
La mayoría de las personas que se
afirman cristianos suelen expresarse de esta forma cuando se le pregunta que
piensa sobre Jesús. Otras afirmaciones comunes suelen ser: “Jesús fue un gran
maestro” “Jesús es el hijo de Dios” “Jesús es el redentor de la humanidad” etc…
Sin embargo, alguna vez ha preguntado el lector a alguien: “¿qué cree que debería
hacer si desea ir al cielo cuando muera?”
Y entonces, finalmente, si nos
cuestionamos cual es el propósito por el cual Dios creó una ley, llegamos a un
cuestionamiento aún más incisivo: ¿cuál ha sido el propósito de que Dios
enviara al mundo a su propio hijo? Y no quisiéramos recaer en las respuestas automáticas
que nos han enseñado desde que nacimos, sin siquiera entender o cuestionarnos
su veracidad y congruencia bíblica.
En esta serie de post que inicio hoy,
deseo con la ayuda y guía del Espíritu Santo, y la Palabra de Dios, poder
abordar toda esta serie de planteamientos que están atravesados usualmente por
una discordia generada por una falsa moralidad farisaica en la que se ha
llegado a creer que la Ley fue establecida por Dios como un medio para que la
gente pueda salvarse. Por ese motivo he decidido encabezar este primer post con
el pasaje de Galatas 2:16 que estaremos analizando de manera concreta más
adelante. El objetivo de esta introducción no será más que llevar al lector a
que con honestidad se cuestione para sí mismo las preguntas planteadas, dejando
entre esta primera entrega y la que viene un espacio para que el lector reflexione
con un texto más el cual también estaremos analizando más adelante:
Galatas 2:19-21
“Porque yo por la ley soy muerto para la
ley, a fin de vivir para Dios.
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y
ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo
en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
No desecho la gracia de Dios; pues si por
la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.”
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