EL CONTENDOR POR LA FE

Dedicatoria:



A la Revista Evangélica homónima que se publicó entre los años 1924 al1993. A sus Directores y Redactores a quienes no conocí personalmente, pero de quienes tomé las banderas, para tratar de seguir con humildad el camino de servir a Dios trazado en la revista durante casi 70 años.



lunes, 25 de mayo de 2015

LA CONDENA POR LA LEY, LA SALVACION POR LA GRACIA (Parte II)

LA SANTIDAD DE DIOS


En la introducción pasada sobre la condena por la ley y la salvación por gracia, nos dedicamos a hacer un par de preguntas esenciales. Probablemente la pregunta más importante gira en torno a la santidad de Dios, aquel atributo de Dios que esta manifiesto en su perfección absoluta que en la biblia es expresada muchas veces.

Pero ¿por qué es tan importante entender que Dios es Santo? Si debemos definir la santidad de Dios deberíamos decir que esta es la perfección absoluta en todos los aspectos de su carácter y su persona. Dios es perfecto. Y así lo expresa el mismo en su palabra cuando dice: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mateo 5:48)

Y aquí es donde la biblia empieza a definir la santidad de Dios, pues la santidad de Dios es la absoluta ausencia de maldad en él. Dios es amor, Dios es bueno, y en el no hay maldad ni pecado: 1Juan 1:5 lo define en estos términos: “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.”

Y en el Salmo 18:30 dice: “En cuanto a Dios, perfecto es su camino…”

Otra expresión de la santidad de Dios la encontramos en Habacuc 1:13 donde dice: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio…”

Expresado así, podemos entender que Dios repudia la maldad, el pecado no puede coexistir con la presencia de Dios, y es por eso que Jesús manda algo que ya vemos a lo largo de toda la palabra de Dios “sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto.” Este mandamiento es repetido también en el antiguo testamento en Levítico 20:7: “Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios.” Y vuelve a reiterarse en el V. 26: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos.”

Así que aquí tenemos el primer gran problema que ningún ser humano puede solucionar: Dios nos está exigiendo que seamos PERFECTOS. Él no nos pide que seamos buenos, o que tratemos de hacer las cosas más o menos bien, o “lo mejor posible” Su exigencia es demasiado contundente para confundirse con esa buena intención humana de “tratar de hacer las cosas bien” Dios nos pide que seamos igual de perfectos que él, y el gran problema que tiene el hombre es que la perfección de Dios es infinita, eterna, absoluta, y cuando caemos en cuenta de esto llegamos a la conclusión de que en su ley Dios ya nos ha puesto un mandamiento imposible de cumplir. Esta realidad es la que Jesús expuso también en Juan 8:1-11 cuando los escribas y fariseos le trajeron una mujer adúltera con la intención de buscar un pretexto o alguna palabra que pudiera servir para inventar cargos en su contra y aprenderle. Sin embargo Jesús, conocía sus pecados, y sabía que ninguno de ellos podía estar a la altura de la exigencia absoluta de perfección que demanda la ley y el carácter santo de Dios, entonces les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.” Naturalmente los escribas y fariseos quedaron completamente desarmados ante la realidad que expuso el Señor, ya que ellos no podían alegar ser perfectos pues solo Dios es perfecto, y tampoco podían juzgar a la mujer adúltera ya que ellos mismos estaban igualmente llenos de pecado, y por eso dejando sus piedras se fueron.

La realidad de un Dios perfecto en contraste con el hombre imperfecto es la absoluta muestra expuesta en la ley de que es imposible para el hombre alcanzar la medida de la demanda de Dios, y aquí es donde cerraremos este post con una pregunta que el lector deberá analizar a mucha conciencia: ¿Cuáles son las consecuencias de no poder cumplir de ninguna forma con el mandamiento que Dios le ha impuesto a todos los hombres de ser perfectos y santo en la misma medida en la que él lo es?

Y la otra pregunta que se desprende de la primera, y aún más inquietante:

¿Por qué Dios, conociendo la imposibilidad del hombre de alcanzar una medida infinita de perfección, le ha impuesto en su ley un mandamiento imposible de cumplir?

Con la ayuda de Dios en los próximos capítulos buscaremos la respuesta a estas preguntas en su palabra.

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