Por El Contendor
Proverbios 3:11 No menosprecies, hijo mío, el castigo de
Jehová,
Ni
te fatigues de su corrección;
( 3:12) Porque Jehová al que ama castiga,
Como
el padre al hijo a quien quiere.
Hebreos 12:7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata como
a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?
(12:8) Pero si se os deja sin disciplina, de la cual
todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.
(12:9) Por otra
parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los
venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y
viviremos?
Los
males que aquejan a cualquier ser humano: enfermedad, pobreza, dolor angustia,
sufrimientos, aflicciones, etc. etc. son comunes a cristianos y no cristianos.
Inclusive,
entre los que se dicen cristianos podemos contar a los que son verdaderos (los
nacidos de nuevo en Cristo) y a los que son sólo de nombre, los inconversos,
los que aún no han nacido de nuevo.
De
estos últimos, las apariencias externas quizás no permitan distinguirlos de los
creyentes verdaderos, más aún: puede que el inconverso mismo no haya logrado
discernir si es verdaderamente salvo o no lo es.
¿Cómo
poder saber si alguien está siendo disciplinado como hijo de Dios o si la
adversidad o el infortunio que cae sobre una persona son la consecuencia de un
corazón inconverso?
Pues bien: El hijo de Dios, si peca, recibe la
disciplina: “Porque
Jehová al que ama castiga, Como el padre al hijo a quien quiere”
El que no es hijo de Dios, cuando peca, recibe el
castigo de la ira de Dios.
“Romanos 1:18 Porque la ira de Dios se revela desde el cielo
contra toda impiedad e injusticia de los hombres……..”
La ira de
Dios se manifiesta sobre los inconversos “Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”. (Romanos 1:21)
El cristiano genuino, tiene “una relación con Dios en que el hombre puede
entrar mediante una fe que es absoluta confianza y entrega. En contraste con
esa relación está la ira de Dios en
la que se incurre cuando se es deliberadamente ciego a Dios y se adoran los
propios pensamientos e ídolos en vez de adorarlo a Él.” (W.Barclay)
Porque no solamente se cae en la idolatría cuando
se adoran imágenes religiosas o fetiches;
cualquier cosa que entre en nuestra vida y adquiera preponderancia sobre
las cosas del Dios Verdadero, ¡es un ídolo, es idolatría!
Un equipo de futbol, o cualquier otro deporte,
una banda de rock, los artistas de la música o el cine, el juego, el dinero,
las amistades, aún hasta el trabajo y
cualquier otra actividad que deje afuera el tiempo y la dedicación que debemos
a nuestro Dios ¡Es idolatría!
La mayor parte de la humanidad en los tiempos
actuales es idólatra, y además rebelde a todo lo que esté relacionado con Dios,
por eso nos dice el apóstol Pablo:
Romanos 1:28-32 Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a
Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no
convienen; (1:29) estando atestados de
toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia,
homicidios, contiendas, engaños y malignidades; (1:30) murmuradores,
detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores
de males, desobedientes a los padres,
(1:31)
necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia;
(1:32)
quienes habiendo entendido el juicio de Dios, -que los que practican
tales cosas son dignos de muerte-, no sólo las hacen, sino que también se
complacen con los que las practican.
Éste
es el tipo de personas sobre las cuales se manifiesta la ira de Dios.
He
dejado para el final de este recorrido por el capítulo 1 de Romanos, la
exposición de los versículos 24 y 25
porque, según mi entender, es en ellos donde se puede apreciar y visualizar cómo obra el pecado sobre el inconverso
y, en consecuencia, cómo se aplica la
ira de Dios, el castigo, sobre el que vive en pecado.
Dice
Romanos 1:24-25:
“En consecuencia, Dios los ha dejado a
merced de la inmundicia en el ansia
de placer de sus corazones, que los arrastra a deshonrar sus cuerpos entre
ellos, ya que han cambiado la verdad de Dios por la falsedad, y dan culto y
sirven a la creación en vez de al Creador, Que es bendito para siempre. Amén.”
El comentario
de William Barclay sobre estos versículos es muy explicativo y minucioso:
“La palabra que traducimos como ansia (epithymía), en Reina-Valera concupiscencia, es la clave de este pasaje.
Aristóteles definía epithymía como lanzarse tras el placer. Los
estoicos, la definían como lanzarse tras
un placer que desafía toda razón. Clemente
de Alejandría lo llamaba un irracional lanzarse hacia lo que produce placer.
Epithymía es
el deseo apasionado de un placer prohibido. Es el deseo que hace cometer
acciones innominables y vergonzosas. Es
la manera de vivir de una persona que está tan inmersa en el mundo que ya no
tiene a Dios en cuenta para nada.
Es algo terrible decir que Dios ha dejado a alguien, se ha desentendido de él; y sin embargo
hay dos razones para decirlo:
(I) Dios ha dado a los hombres el libre
albedrío, y se lo respeta. En último análisis, ni siquiera Él puede interferir
en el libre albedrío. En Efesios_4:19 Pablo habla de los que se han abandonado a la
lascivia, y a ella le han rendido toda su voluntad. Oseas_4:17
tiene
una frase terrible: " Efraín se ha entregado a los ídolos. ¡Déjalo!” Al hombre se le presenta una
elección libre, y así tiene que ser. Sin posibilidad de elección no puede haber
bondad, ni puede haber amor. Una bondad impuesta no es verdadera, como un amor
impuesto no es amor.
Si los hombres escogen deliberadamente
volver la espalda a Dios después que Él ha enviado al mundo a su Hijo
Jesucristo, ni siquiera Él puede hacer nada para evitarlo.
Cuando Pablo dice que Dios entregó a los hombres a la inmundicia, esa palabra no contiene
airada indignación. Más aún, su tono principal no es de condenación o juicio,
sino de anhelo, de dolorido pesar, como el de un amante que ha hecho todo lo
que ha podido y ya no puede hacer más. Describe
exactamente el sentimiento del padre que ve a su hijo volverle la espalda y
marcharse a poner distancia por medio.
(II) Y sin embargo en esta palabra “entregar” hay más que eso, hay juicio.
Es
uno de los hechos inexorables de la vida que, cuanto más se comete una mala
acción, más fácil resulta cometerla. Tal vez se empieza con un
cierto temblor por lo que se está haciendo, pero se acaba por hacerlo sin darse
uno cuenta.
No
es que Dios le esté castigando, sino que empieza
a atraer el castigo sobre sí mismo, convirtiéndose más y más en esclavo del
pecado.
Los judíos conocían este hecho, y lo expresaban
con ciertos dichos: “Todo cumplimiento del deber se recompensa con otro; y toda
transgresión se castiga con otra.” "El que se esfuerza por mantenerse
puro, recibe poder para serlo; y el que se atreve a abrir la puerta a la
impureza, acaba por encontrarla siempre abierta.” "El que levanta una pared a su alrededor
se queda emparedado, y el que se entrega queda entregado.»
Lo
más terrible del pecado es su poder para engendrar pecado.
La terrible responsabilidad del libre albedrío es que puede usarse de tal
manera que al final se pierde, y se llega a ser esclavo del pecado, abandonado
al mal. En el pecado hay siempre una mentira, porque el pecador cree que
aquello le va a hacer feliz, y al final arruina la vida, tanto la propia como
la ajena, en este mundo y en el venidero.”
Esa es la
consecuencia de la ira de Dios sobre los inconversos: ellos se apartan de Dios
y Dios los deja ir, y siguen cometiendo pecado tras pecado como quien se mete
en una ciénaga y en lugar de dar media vuelta para salir, avanza hacia adentro
hasta hundirse definitivamente.
Volvamos ahora
a ocuparnos de los hijos de Dios: Proverbios 3:12 nos dice:
Porque Jehová al que ama castiga, como el
padre al hijo a quien quiere.
Ahora nos
preguntamos: ¿Por qué nos castiga Dios a los que nos tiene por hijos?
La respuesta
es más que evidente: ¡por el pecado!
Leemos
en Apocalipsis 3:19
“Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.”
Dios no castiga a sus hijos sino por un solo
motivo: el pecado.
Ningún hijo de Dios puede pecar impunemente porque el castigo, la disciplina
llegará indefectiblemente; pero si te consideras hijo de
Dios y no te llega la correspondiente disciplina cuando cometes un pecado,
¡entonces estás en un grave problema!
Deberás cuestionar tu Fe, porque no eres un hijo
de Dios, ¡no eres salvo!
Pero si eres un hijo de Dios y has pecado, ¡tiembla!,
¡teme!, como el niño que ha hecho algún mal y está frente a su padre.
“En el castigo divino, el
pecador se estremece bajo el azote y al mismo tiempo aprende la justicia” [comentario JFB].
“Hebreos 12:7 Si soportáis la disciplina, Dios os trata
como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?
(12:8) Pero si
se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos”.
También citemos: “Hebreos
12:11 Es verdad que ninguna
disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia
a los que en ella han sido ejercitados.”
Los que no son hijos de Dios
y buscan alejarse de Él, son dejados
a su propio albedrío.
En cambio, a los que somos sus hijos, Dios no nos permite alejarnos. Todos los que somos sus hijos somos
atraídos a Él como por un imán.
Juan 12:32 Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.
Muchos años
atrás, el pastor Guy Moore predicó un sermón inolvidable en una sesión de la
Alianza Bautista Mundial sobre este pasaje con el título “La cruz magnética”.
La cruz llegaría a ser como un imán que tiene un poder atrayente, un poder
magnético, que atrae algunos objetos,
pero no tiene efecto en otros. En la cruz Jesús atraería a todos, pero no
todos responderían. Aún dos milenios después de ser levantado de la tierra, el Cristo crucificado sigue atrayendo
millares a la fe en él como el Salvador del mundo. El poder atrayente de la
cruz se debe al hecho de que es la suprema revelación de la persona de Dios y
el supremo ejemplo del amor redentor en su Hijo.[comentario bíblico “Mundo Hispano”]
William Barclay analiza la
disciplina,( es decir el castigo de Dios sobre sus hijos), en el siguiente
párrafo.
El autor del libro de los Hebreos insiste
en que debemos ver las pruebas de la vida como la disciplina de Dios, y como
enviadas, no para nuestro daño, sino para nuestro bien supremo y último. Para
demostrar su argumento cita Proverbios_3:11-12
. La disciplina que Dios nos manda se puede considerar de muchas maneras.
(i) Se puede aceptar resignadamente. Eso era lo que decían los estoicos.
Mantenían que absolutamente nada sucede en el mundo fuera de la voluntad de
Dios; por tanto, inferían, no podemos hacer más que aceptarla. Hacer otra cosa
sería machacarse la cabeza contra los muros del universo. Es posible que sea
ésta la decisión más sabia; pero no se puede negar que se trata de aceptar el
poder, y no el amor, del Padre.
(ii) Se puede aceptar la disciplina con el sentido ceñudo de acabar con ella lo
más pronto posible. Cierto famoso romano decía: «No voy a dejar que nada
me interrumpa la vida.» Si se acepta así la disciplina, se la considera una
imposición que hay que pasar a regañadientes, pero no con agradecimiento.
(iii) Se puede aceptar la disciplina con un complejo de víctima que conduce al
derrumbamiento final. Hay personas que, cuando se encuentran en una
situación difícil, dan la impresión de ser los únicos a los que la vida trata
con dureza. Sólo piensan en compadecerse a sí mismos.
(iv) Uno puede aceptar la disciplina como un castigo que se le impone. Es
curioso que, por aquel tiempo, los Romanos veían en los desastres personales y
nacionales simplemente la venganza de los dioses. Lucano escribió: "¡Feliz
sería Roma, y benditos serían sus habitantes, si los dioses estuvieran tan
interesados en cuidar de los humanos como parecen estarlo en infligir
venganza!» Tácito mantenía que los desastres de la nación eran prueba de que
los dioses estaban más interesados en el castigo que en la seguridad de los
humanos. Todavía hay quienes consideran vengativo a Dios. Cuando les sucede
algo a ellos o a sus seres queridos, se preguntan: ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Y hacen la pregunta en un tono
que delata su convicción de que Dios se ha equivocado o pasado en el castigo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué
está enseñándome Dios mediante esta experiencia?”
(v) Hemos llegado a la última actitud. Se
puede aceptar la disciplina porque nos
viene de un Padre amoroso. Jerónimo dijo una paradoja que encierra un
gran verdad: "La peor ira de Dios sería que dejara de enfadarse con
nosotros cuando pecamos.” Quería decir
que el supremo castigo sería que Dios nos
dejara por imposibles. El cristiano verdadero sabe que "la mano del Padre nunca causará a Su hijo una lágrima
innecesaria”, y que todo vale para hacerle a uno más sabio y mejor persona.
Dejaremos
de compadecernos de nosotros mismos si recordamos que no hay disciplina de Dios
que no venga del manantial de Su amor y que no sea para nuestro bien.
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