Por El Contendor
Eclesiastés 3: Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se
hace bajo el cielo:
2 un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar;
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar;
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un tiempo para callar,
y un tiempo para hablar;
8 un tiempo para amar,
y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra,
y un tiempo para la paz.
y un tiempo para hablar;
8 un tiempo para amar,
y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra,
y un tiempo para la paz.
[un tiempo para perdición
Y
un tiempo para salvación]
Espero que el lector entienda que, de
ninguna manera, he pretendido agregar ni una letra ni un tilde a lo que ya está
escrito en las Sagradas Escrituras.
Lo que aparece entre corchetes, en
negrita y cursiva, es simplemente una reflexión que se cruzó en mi pensamiento
luego de haber leído los versículos antecedentes de Eclesiastés 3.
Si bien la frase enunciada no figura
expresamente entre los “tiempos del Eclesiastés”, el significado de la misma
está presente en la Biblia desde el Antiguo al Nuevo Testamento porque Cristo mismo, el autor de nuestra
salvación, también lo está.
Pero ¿Cuál sería el tiempo para
perdición? Este tiempo comenzó con el primer pecado cometido por nuestros
ancestros, Adán y Eva: el pecado de desobediencia. De allí en adelante, los
seres humanos no hemos dejado de desobedecer a Dios y de violar sus leyes
santas.
Es el tiempo de todos los que anduvieron
y andan por el mundo sin Cristo: muchos ignorándolo, otros esquivándolo, otros
rechazándolo.
Cualquiera de estos están viviendo un tiempo de perdición, inmersos en el mundo, atrapados en la prisión
de sus pecados.
En su misericordia, Dios nos ha dado
también un tiempo para salvación.
Dios siempre nos ha provisto una vía de escape para las encerronas de Satanás.
Esta vía de escape es la Puerta que siempre permanece abierta: es el Señor Jesucristo;
“Juan 10:9 Yo soy
la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará
pastos.”
Cristo es La Puerta, pero ¡cuidado!: (Mateo 7:13) “ Entrad
por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino
que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella;
(Mateo 7:14) porque estrecha es la puerta, y angosto el
camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.”
El tiempo de
perdición lo están viviendo aquéllos que transitan por el camino espacioso
con sus ojos ciegos y sus oídos sordos porque las tinieblas del mundo y el
bullicio de la multitud que los acompaña no les permite ver dónde se dirigen ni
escuchar las palabras de salvación del Evangelio. Los vicios, las lujurias, el
afán excesivo de toda clase de cosas, buenas y malas van alimentando un corazón
que cada vez se endurece más, por la falta del alimento espiritual genuino que
es la Palabra de Dios.
“Muchos son los que entran por la puerta ancha”. Pero ¿sabes
tú dónde desemboca esa puerta? Debemos ser claros y contundentes en esto para
que se abran los ojos de los ciegos y se destapen los oídos de los sordos: ¡La puerta ancha desemboca en el
infierno, en la perdición eterna!
El tiempo de perdición transcurre mientras se está en el mundo,
en esta vida, pero la perdición eterna
transcurre después de la muerte, en el infierno, y es para y por la eternidad.
Por este motivo, el Señor nos insta a entrar por la
puerta estrecha, por el camino angosto que lleva a la vida eterna. Pocos son
los que encontramos transitando por este camino estrecho pues es el mismo que
transitó el Señor Jesucristo y para recorrerlo el Señor nos dijo:
Marcos 8:34 Y llamando a la gente y a sus
discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
(Mar 8:35) Porque todo el que
quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí
y del evangelio, la salvará.
(Mar
8:36) Porque ¿qué
aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?
Duras palabras del Señor y duras
exigencias. ¡Por eso el camino estrecho es tan poco transitado!
La primera exigencia es “negarse a sí
mismo”. Esto va absolutamente en contramano de los que predican el evangelio
Light o “liviano” tal como el psicólogo Stamateas, y otros predicadores de su
misma condición.
Negarse
a sí mismo es renunciar a todas las vanidades del mundo, y otras “comodidades”
agradables a nuestro “yo” que desplacen a Dios del lugar central que debe
ocupar en nuestras vidas.
(*)Tomar nuestra
cruz es también crucificar nuestra carne juntamente con Cristo.
Simbólicamente, quiere decir que dejemos ya la vida de pecado, que olvidemos el
gusto que tenemos por el pecado, y lo pongamos en una cruz.
Porque el Señor no se agrada del pecado, porque el es santo.
Es también dejar la venganza en las manos de Dios, porque “la ira del hombre no
obra la justicia de Dios”. Es aceptar esa obra que Cristo hizo por nosotros al
morir y resucitar. Es morir al pecado y resucitar para hacer la justicia.
(*)Seguir en pos de Él. Para poder seguir en pos de Cristo en
necesario que primero hayas cumplido con los requisitos anteriores. Si no te
niegas a ti mismo, no podrás tomar tu cruz cada día. Si no tomas tu cruz cada
día no podrás ir en pos de Cristo. Ir en pos de Cristo es no dejarse engañar.
Tener a Cristo como nuestra mira, como nuestro norte. Cristo nos dejó el ejemplo
para que sigamos sus pisadas. Seguir a Cristo es trabajo de valientes. Seguir a
Cristo es caminar el camino angosto, y pedregoso; es entrar por la puerta
estrecha.
(*)Tomado de un
mensaje de la Iglesia Bíblica Bautista de Aguadilla
Esta invitación de seguir a Cristo podrá acarrearnos
desprecios, humillaciones, enemistades persecuciones que en algunos casos
pueden llegar hasta cobrarse la vida del cristiano fiel.
El salmón se caracteriza por nadar en contra de la
corriente hasta llegar al lugar de su nacimiento; él obedece a la ley que su
Creador grabó en los de su especie a fin de que sus crías
nazcan en el mismo lugar de origen de sus
progenitores.
Nosotros, los cristianos fieles al Señor debemos,
como el salmón, nadar en contra de la corriente del mundo, para poder llegar a
nuestro lugar de origen: la Patria Celestial de la cual somos ciudadanos, pues
en Cristo hemos sido adoptados como hijos de Dios.
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