Por El
Contendor
Tal vez pueda
parecer reiterativo que el tema que desarrollaremos a continuación sea, de
cierta manera, continuación del tema tratado en la publicación que lo precede.
Es que todo
puede abarcarse en un tema bajo el encabezado:
Isaias 40:3 VOZ
QUE CLAMA EN EL DESIERTO: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la
soledad a nuestro Dios.
Juan 1:23 Dijo: Yo soy la VOZ DE UNO QUE CLAMA EN EL DESIERTO:
Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.
Como en los tiempos de Juan el Bautista, (tiempos de la
primera venida del Señor), en estos tiempos actuales, a los creyentes que
esperamos la 2ª venida del Señor, nos urge ser los Heraldos de tan magnífico
Rey, proclamando Su Evangelio por todo el mundo. (Romanos 1:16),……………. “porque es poder de Dios para salvación a
todo aquel que cree”.
Lamentablemente el número de “todos aquéllos que creen”
nunca ha sido abundante. Por tal razón, el “clamar en el desierto” en Isaías
40:3 y en Juan 1:23 implica un doble significado:
El desierto, para
un creyente, en el sentido físico es el mundo; es un lugar de soledad, de peligros, de
carencias e inhóspito.
El desierto, espiritualmente hablando, es la enorme masa
de “todos aquéllos que no creen”.
Hay grandes multitudes que, como en los tiempos de Jesús,
se amontonan para escuchar, para ver prodigios, pero son impermeables a la
Palabra. Están insensibilizados.
Hoy tenemos muchos buenos heraldos de la Palabra. En mis
comienzos como creyente, solía detenerme a escuchar en las plazas a algún
predicador itinerante que con un altavoz en una mano y una biblia en la otra
predicaba con denuedo el Evangelio ante un pequeño número de oyentes
integrantes de su propia congregación. De tanto en tanto se detenía algún
transeúnte y se incorporaba al grupo.
De los cientos de personas que transitaban o deambulaban
por la plaza, al parecer muy pocos
mostraban interés por escuchar al predicador. Algunos se acercaban,
escuchaban unos minutos y luego se retiraban.
¡Qué tristeza! Miré al predicador, y pensé: “Esa
es la voz de alguien que clama en el desierto”
Seguramente el panorama hubiera sido totalmente distinto
si en esa misma plaza algún falso maestro hubiera montado un espectáculo del
tipo “noches
de poder y milagros”.
Si da tristeza contemplar la escasa audiencia que
concurre a escuchar cuando se predica la Palabra lisa y llana, sin circo, sin
milagros, sin curaciones, más tristeza da ver a alguien que se acerca, escucha
y se aleja porque esa persona quizás dejó pasar su salvación, perdió su
oportunidad, como el pasajero que pierde el tren por negligencia, por no estar
en el andén en el horario de partida.
Conocí a una persona que predicaba el Evangelio de
Jesucristo con gran fidelidad a La Palabra.
Quería conquistar almas para llevarlas a los pies de
Cristo para que Él las salvara.
Pero un día se dijo: “Algo estoy haciendo mal, en mi
propia casa, mi propia familia, ¡no
quiere escuchar el Evangelio!
¡Qué dolor que llega hasta las fibras más profundas del
corazón, causa que esos niños que fueron criados e instruidos en la Palabra de
Dios, que han visto la obediencia de sus padres cumpliendo con la ordenanza del
bautismo, que han contestado ¡Amén! agradeciendo a Dios por los alimentos
diarios, etc. Esos mismos niños inmersos en el mundo, ¡llegan a adultos para
rechazar el Evangelio!
Juan 3:18 El que cree en El no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado,
porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.
Entonces recordé :
Marcos 6:4 Y Jesús les dijo: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus
parientes, y en su casa.
Marcos 6:5 Y no pudo hacer allí ningún milagro; sólo
sanó a unos pocos enfermos sobre los cuales puso sus manos.
Y esta es la explicación al hecho que narran los
evangelios cuando Jesús, luego de haber hecho muchos milagros en Capernaúm,
regresó a Nazaret donde estaba la casa de sus padres y el taller de carpintería
donde aprendió de José su oficio de carpintero.
COMENTARIO
EVANGELIOS EXPLICADOS
Este pasaje
nos muestra a nuestro Señor Jesucristo en "su propio país" en
Nazaret. Es una comprobación melancólica de la maldad del corazón humano,
y merece atención especial.
Vemos, en
primer lugar, cuan dispuestos están los hombres a tener en poco aquello que les
es familiar. Nuestro Señor "escandalizaba" a los de Nazaret. No podían imaginarse que el que había vivido
tantos años entre ellos, a y cuyos hermanos y hermanas conocían, fuese digno de
ser seguido como maestro público.
Ningún lugar
en la tierra ha gozado de los privilegios de Nazaret. El Hijo de Dios residió
treinta años en esa ciudad, y recorrió sus calles. Por treinta años marchó por las sendas de Dios a vista de sus
habitantes, llevando una vida intachable y perfecta. Pero esto no hizo en ellos
ninguna impresión. No estaban dispuestos
a aceptar el Evangelio, cuando el Señor se presentó para enseñar en su
sinagoga. No quisieron convenir en que tuviera ningún título a fijar su atención una persona que conocían tan bien, y
que por tanto tiempo estuvo entre ellos, comiendo, bebiendo, y vistiéndose como
ellos. Se "escandalizaban de Él.
No hay nada en
esto que debe sorprendernos; lo mismo está aconteciendo todos los días en torno
nuestro y en nuestro mismo país. Las Santas Escrituras, la predicación del Evangelio, el culto público,
los abundantes medios de gracia de que goza un país, son muy a menudo tenidos en
poco aprecio por sus habitantes. Están
tan acostumbrados a ellos, que no comprenden sus privilegios. Es una triste
verdad, que en religión, más que en nada, la
confianza engendra el desprecio.
Lo que
experimentó el Señor en este particular es una fuente de consuelos para algunos
de los que forman su pueblo. Es un consuelo para los ministros fieles del Evangelio, que angustia la incredulidad
de sus feligreses o de los oyentes que regularmente tienen. Es un consuelo para los verdaderos
cristianos que se encuentran aislados en
medio de sus familias, y ven a todos los que los rodean apegados al mundo.
Recuerden que están apurando el mismo cáliz que su amado Maestro. Recuerden que Él también fue
despreciado por los que mejor lo conocían. Aprendan que la conducta más
arreglada y más constante no reducirá a
lo demás a adoptar sus opiniones y sus ideas, como sucedió con la gente de
Nazaret. Sepan que los siervos del Señor aprenderán por propia experiencia cuan fundadas eran sus quejas
doloridas, cuando exclamaba, "un profeta no está deshonrado, sino en su
propio país, y entre los de su parentela, y
en su propia casa.
Vemos, en
segundo lugar, cuan humilde era el rango que en el mundo se dignó aceptar el Señor
antes de empezar a ejercer su ministerio público. El pueblo de Nazaret decía de
Él, con desprecio, "¿No es este el carpintero?.
Esta es una
expresión muy notable y que solo se encuentra en el Evangelio de S. Marcos. Nos
prueba claramente que durante los primeros treinta años de su vida nuestro Señor no se avergonzaba de
trabajar con sus manos. Hay algo de maravilloso en esto, y el pensar en ello
nos sobrecoge. El que hizo el cielo, la
tierra, el mar y todo lo que hay en ellos Aquel sin el cual nada se
hizo de lo que ha sido hecho; el Unigénito de Dios tomó la forma de siervo, y
"comió el pan con el sudor de su
frente" como un obrero. Este es, en verdad, "ese amor de Cristo que
sobrepuja toda inteligencia". Aunque era rico, por causa nuestra se
hizo pobre; y se humilló en su vida y en
su muerte, para que por su medio los pecadores pudieran vivir y reinar
eternamente.
Recordemos, al
leer este pasaje, que la pobreza no es pecado. No debemos avergonzarnos de
nuestra pobreza, a menos que nuestros pecados no la hayan causado; ni debemos despreciar a nadie porque
sea pobre. Vergonzoso es ser jugador, borracho, avariento o mentiroso, pero no
es una afrenta trabajar con nuestras
manos y ganar el pan con nuestro trabajo. El espectáculo del taller del
carpintero en Nazaret, debería humillar los altivos pensamientos de todos
los que adoran el ídolo de las riquezas.
No es una deshonra ocupar la misma posición que el Hijo de Dios y el Salvador
del mundo.
Vemos, en último lugar, qué pecado tan terrible es
la incredulidad. En dos expresiones muy notables se encierra esta lección. Una
de ellas es, que nuestro Señor "no
pudo hacer milagros en Nazaret" por la dureza del corazón del pueblo; la
otra, que "Él se maravillaba de su incredulidad" La una prueba que
la incredulidad puede privar a los
hombres de las más ricas bendiciones; la otra que un pecado tan irracional y
tan suicida, que aún el Hijo de Dios lo contempla con sorpresa.
Nunca nos
deberemos creer bastante en guardia contra la incredulidad. Es el pecado más
antiguo en el mundo, pues principió en el Edén, cuando Eva prestó oídos a las promesas del diablo, en vez de
creer la palabra de Dios, "moriréis". Es el pecado que produce las consecuencias
más desastrosas. Introdujo la muerte en
el mundo; mantuvo a Israel cuarenta años fuera de Canaán; es el pecado que llena especialmente el infierno. "El que no cree
será condenado". Es el más
necio y el más inconsecuente de todos los pecados. Arrastra al hombre anegarse
a la evidencia, a cerrar sus ojos al testimonio más claro y a creer, sin embargo, falsedades. Pero lo peor de todo es
que ese pecado abunda mucho en el mundo; millares de millares incurren en él,
que profesan ser cristianos, que nada
han oído de Paine ni Voltaire, pero que en la práctica son incrédulos reales y
efectivos; no creen de una manera implícita en la Biblia, ni aceptan a
Cristo como su Salvador.
Vigilemos
cuidadosamente nuestros corazones en ese particular de la incredulidad. El
corazón, no la cabeza, es el trono de su misterioso poder. Los hombres son incrédulos no
por falta de pruebas, ni por las dificultades de la doctrina cristiana; es
porque no tienen voluntad de creer, y aman el pecado, y están adheridos al mundo. A los que se
encuentran en esa condición espiritual nunca les faltan razones aparentes que
sostengan su voluntad. El corazón humilde y
sencillo como el del niño es el corazón que cree.
SIGAMOS
VIGILANDO NUESTRO CORAZÓN AÚN DESPUÉS DE HABER CREÍDO, QUE NUNCA QUEDA BIEN
EXTIRPADA LA RAÍZ DE LA INCREDULIDAD.
SI NOS DESCUIDAMOS EN VIGILAR Y ORAR, PRONTO BROTARÁN
LAS MALAS YERBAS DE LA INCREDULIDAD. NINGUNA PLEGARIA ES TAN IMPORTANTE COMO LA DE LOS DISCÍPULOS,
"SEÑOR AUMENTA NUESTRA FE" .
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